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Hno. Ian Roman
Diciembre 2021

Mi testimonio público

Como hemos aprendido en lecciones anteriores, el individuo que es salvo, ha pasado por el proceso de la regeneración del Espíritu Santo. Recordemos que, por causa del pecado estábamos muertos espiritualmente, más ahora hemos nacido de nuevo por el Espíritu de Dios. Esta verdad la podemos observar claramente en 2 de Corintios 5:17: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.

La Palabra nos dice que ahora al estar en Cristo, somos nuevas criaturas. Pero, ¿Qué significa esto? Juan 1:12 nos dice que ahora somos hijos de Dios. Gálatas 4:7 afirma que ya no somos esclavos del pecado. Romanos 8:1 explica que pasamos de la condenación a la salvación, y Romanos 8:17 nos pone como coherederos junto con Cristo.

Aunque en nuestra vida cristiana es común escuchar frases como “mi vida ahora le pertenece a Cristo”, es necesario contemplar lo que esta declaración significa verdaderamente. En Juan 14:15 dice que, si amamos al Señor Jesús, entonces debemos seguir sus mandamientos. Esto habla de un amor sacrificial donde nos negamos a nuestros propios placeres. Lo que implica que diariamente y activamente, hacemos a un lado los deseos de nuestra carne y seguimos gozosos la voluntad de Dios. Esta verdad es una de las que más escuchamos, pero que no siempre practicamos. Muchas veces nos dejamos llevar por nuestros impulsos y deseos, e incluso para algunos, esto ya no es una lucha sino un hábito.

Juan 8:42-44 “Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer…”

Como hijos de Dios, debemos buscar imitar a nuestro Padre celestial. Así como Cristo se mantuvo santo y puro, también nosotros debemos buscar mantenernos de la misma manera. Y así como Él hizo buenas obras, también nosotros debemos obrar como resultado de un corazón arrepentido. Jesús nos manda a ser la luz del mundo y a alumbrar delante de los hombres, para que, al ver nuestras buenas obras, el Padre sea glorificado. Hermanos, nuestra vida debe ser un testimonio público que provea suficiente evidencia de aquel que nos salvó y transformó nuestro corazón. Permitamos que el Señor continúe la buena obra que un día empezó y glorifiquémosle en todos nuestros caminos.

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